domingo, 25 de febrero de 2007

7 : El gallo de la veleta.

Un baño igual. Azulejos cuadrados y blancos como las manzanas de una ciudad desierta. El vestido de Maruja, tenía allá algo de vegetal, como la enredadera de bajo el paraíso… Listo. Vuelvo hacia la luz de la ventana y el letrero de café leído marcha atrás. Las cosas van o vienen, según. Como el tiempo que pasa pesadamente por la calle, agachando los árboles que lo dejan pasar. Por eso el óvalo del reloj se ha vuelto oval, estirado en una dimensión cualquiera, siempre distinta a la que uno piense. Eso ha de estar grabado en el alma de las cosas y… uno se pierde. El mapa de la ciudad también.

Bien, pero todo se mueve. Cambia.

El muchacho se levantó ahora de la silla y se puso el saco mientras por la madera de la mesa rodaron algunas monedas. Llegado a afuera, su figura bastante ágil se puso a remontar la cuesta que como el lomo de un bagual caído obligaba al esfuerzo a medida que se acercaba la cima donde el cruce de las calles aporreaba un bochinche de motores y bocinas.

Ciento… Ciento diez. No. Era el cuarenta y ocho!

Números negros sobre un cartel de lata. Calle G. Gómez o Suzalla…o Avenida Los Aromos? No eso era en Bella Vista pasando el monumento.. Calles, destartaladas paradas de ómnibus, carteles.

Mis dedos recontaron monedas dentro del bolsillo, como otra vez. Creo que igual. Levanto la cabeza igual. Las letras que me parecieron lindas alguna vez… Es igual, la misma esquina. Aquella vez cruzó justo aquí una muchacha y al fondo era todo igual de hollín y humo. Ahora también. La muchacha tenía largos cabellos castaños. Ventanas cerradas, carteles, la venta de los diarios. Nubes de verano. Fino polvo de tierra seca que llueve, ha de llover sobre algún gallinero cenizo en algún lado.

Pasan dos discutiendo como fieras. No lo ven o no le quieren ver y lo empujan para un lado. Siguen.

Al gallo de la veleta se le herrumbró el canto y la cresta. El hollín y el polvo graso lo han oscurecido con los años. Antes era de hojalata como los adornos de la estación.

Tomo ese que viene. Total, miro todo desde arriba…o tal vez…

Estimado Antonio, no encontré la dirección que me dijiste. La calle Guimaraens parece no ser de ese barrio. Si me podés mandar más datos voy a insistir. Alberto.

(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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lunes, 19 de febrero de 2007

6: La falda de la ciudad.

Después de eso la locomotora pitó su herrumbre negro bajo los decorados metálicos del hangar. Por las ventanas altas de los techos asomaban edificios aplanados y sucios con pedazos de letras pintadas… Por debajo estaban detenidos los trenes, aun rumorosos luego de haber sido tragados por la gran abertura del norte por donde un poco más allá asomaban irreales quillas de barcos, mástiles y grúas cada vez que se dispersaban las nubes de azufre.
Afuera la ciudad retumba su hormigón armado de las calles bajo el tránsito impiadoso que borra a las gentes que espera ómnibus en las paradas y hace caer a destiempo las hojas de los plátanos.
Mucho más allá, tal vez aun espera en su esquina aquel viejo café, lo que haya quedado de él y la vista de su ventana, semi tapada por el muro gris de enfrente que dejó una franja estrecha entre su término y el tronco del paraíso, por dónde ver esa tajada de ciudad, que como una falda, baja para después subir entre murmullos de azoteas y ropas tendidas.
Me bajo y entro. Posillos y perfume de café. Mesas gastadas de nogal. Silencio.
Ya sentado veo al árbol sacudir sus hojas aunque a nadie importe. Como en todos lados. Como en algún patio del barrio alto pasando el tanque del agua herrumbrada. La calle Guimaraens después de la plazoleta., Maruja y las enredaderas del cerco… El tanque metálico del agua. Como una barriga con remaches.
En ese barrio alto aun pervive el pueblo que una vez fue…

Julián leyendo una revista de historietas, sentado en el cordón de la vereda. Levanta ahora los dedos descalzos, mientras lo hace una tarde de aquellas. Maruja está recostada contra el tronco del árbol.

Cuando de vuelta la esquina dirán que estoy cambiado… Mientras tanto estoy aquí, mirando por el baño, al fondo. Podría pasar primero a buscar a Esteban. El alto parral de las uvas negras… Me están temblando las piernas.
Qué habrán hecho ellos en todos estos tiempos? Las noches se habrán precipitado ventosas sobre los techos, una tras otra, con su frío y su agua negra. Los perros habrán ladrado desde todas las distancias, como en el campo. Las estufas habrán sido prendidas mil veces y mil veces se habrán apagado, como se apagan las luces del pueblo llegando a la medianoche, hasta la última y esperar después que llegue el amanecer a iluminarlo todo con sus ruidos de desayuno y voces que conversan.

Aquel llegó una noche y picaron fiambres que traía en su envoltorio.
Aquel llegó para invitar a irnos de ese lugar.
Aquel otro entró, cantó y tomamos vino

Hubo una vez que Maruja sonreía
y descalza hacía pasos sobre las losas del patio y el aljibe.
Fue una danza…
Hubo luna y hubo sol y hubo rocío una mañana clara.


(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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