miércoles, 17 de enero de 2007

3: Se insinúa un tema

La clase transcurre lenta en el bochorno de las moscas y la humedad. Llueve. Cosa que no disminuye el calor sino que lo hace pegajoso e impregnado más que nunca del olor de siempre. Tiza y sudor de niños.
El florerito de la maestra, sobre su escritorio, remoja dos flores, regalo de algún alumno. Ismael, mientras sigue delineando, lo mejor que puede, las letras en el bloc; mira desde atrás a Laura…

"Gregorio, ¿qué te voy a contar a vos que estuviste allí aquella noche?"

El tren se sacude sobre las nalgas moradas de la mujer de canela. Porque aquello doliente de su cara y de su boca, aquel perfume a clavo de olor… Las medias con puntos corridos de lástima. Los zapatos blanco y negro, deformados por el uso –esa coquetería imposible de siempre- mientras se recogía el mechón de pelos resbalado desde la frente y pegado en la mejilla con la transpiración o tal vez las lágrimas. El rojo carmesí de aquellos labios. Las manchas de la piel, machucados pétalos de rosa. Las inocentes rosas bordadas en su blusa de gasa…
Fue persistente el amargor de aquella noche, hasta más tarde, cuando todos en la casilla de Octavio siguieron con el vino y las barajas, y hasta ahora. Aunque se vea ahora proyectado sobre las rosadas carnes de esa rubia que repinta el esmalte de las uñas y de tanto en tanto mira distraída por la ventanilla hacia fuera.
Gregorio era el único que pudiera explicar aquello. Él la conocía desde los tiempos de Godoy, cuando andaban siempre juntos. Porque a Godoy mismo…no se le podría preguntar. –Bigotes diagonales a caballo sobre una boca agreste.

Colgaron los tacos y se fueron a conversar a la mesa. Yo estaba mirando desde un rincón con ganas de acercarme, pero…la actitud de los cuerpos me dijeron que el tema era sólo entre ellos.

A la noche la luna blanquea una casa, un patio y un aljibe.
Las begonias hacen sombra.
Hay pisadas de trapo por los lados.
Una sombra blanca hace señales que ya nadie entiende.
Se derrama canela y clavo de olor sobre los naranjos del fondo.
Dentro del aljibe hay ondas circulares en el agua, como si la luz de la luna rozara la superficie.
Lo negro de la noche se ha hecho con pétalos de rosas negras.
Lo blanco con jazmines carnosos.
Sobre las losas del patio cae coco rayado.

Para ser sincero, Gregorio, mastico aun aquella carne amarga. Esas flores bordadas en la blusa, dibujos primorosos de niños en sus cuadernos…y de pronto, lo amoratado de aquellas piernas gordas desparramadas abruptamente sobre la colcha sucia. Los pezones inmensos y aquella inconsciencia en los ojos y la boca, deformados por tanto vino o aflojados por la tristeza. Porque uno a uno, casi con desesperación, nos habíamos saciado de su carne, como caranchos hambrientos, mientras los otros seguían tras el tabique con las canciones y la guitarra.
Otra vez los vidrios del vagón son golpeados por la fuerza de la lluvia. El agua corre por ellos borrando toda referencia de lugares, volviendo al viaje mismo una especie de ocurrencia. Acaso una hipótesis probable. Acaso una mentira.



(Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1)

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