martes, 23 de enero de 2007

5: Gregorio también.

Ahora el muchacho va pedaleando frente a las primeras casas del pueblo. -Iba a doblar para el lado de la estación cuando vi a Octavio, caminando un poco más allá, rumbo al centro. Adiviné que no venía de la casilla, traía aires de otra cosa…Me bajé de la bici para abrazarle. Su derecha se extendió y estrechó la mía. Su izquierda sobre mi hombro. -Sí, estoy de vuelta, -le contesté- ¡carajo, qué alegría! ¿Los otros? Los billares. La casilla…. Alejandra. ¿Cuál? La sobrina de Godoy. De la mujer de Godoy. Sí, viviendo con ella. Casita con techo a dos aguas, parral y ropa tendida. ¡No, que voy a estar casado! -Vamos a tomar una cerveza. El bar había cambiado de dueño. A esa hora solo quedaban cuatro viejos jugando al mus. Dos tacos descansando sobre el billar. Un hombre mal afeitado detrás del mostrador. -El pueblo está muerto, yo me rajo en cuanto pueda… Como vos que te borraste del mapa. -Te escribí una vez y no me contestaste. Una ventana abierta sobre una cama destendida. “Estimado Octavio”. No, otra hoja. “Querido Octavio”. Así estaba mejor. Y todo aquello de las distancias y las proximidades. -Aquí la gente se ha vuelto mierda! Si no fuera por Alejandra…y Gregorio y los otros…Y vos cuando estabas. Otra cerveza, como cuando yo estaba. La puta que lo parió. Otra vez como aquella de la caminata por el callejón que me dijo que se cagaba en nosotros, los pitucos bien educados. Ahora se ríe. No sabría cómo decirle que siempre me gustó esa manera de reír. No me lo creería. ¡Pitucos bien educados! Me cago…¡Y lo sigue pensando! Claro que me acuerdo, Octavio descalzo en el recreo de la escuela. El paquetito de tu merienda con dos tajadas de pan… El día que mataste el perro de aquella vieja que te gritó asesino hasta que vos la puteaste. La casa donde vivías con tu vieja, llena de tarros con plantas. Y el día que nos peleamos y quedamos con los puños manchados con la sangre de los dos. “Querido Octavio, te escribo porque he estado extrañando mucho la amistad de ustedes. Se que vos te reís de ese tipo de frases pero…” Cara cobriza, ojos oblicuos que de oscuros parecen no tener pupila. En la escuela, siempre con Ismael. -Yo me las tomo. Creo que hasta Gregorio… -¿Gregorio se va? -Me parece. Un tren parte quejumbroso. Adentro de los vagones hay chistes y risas. Las lomas y los árboles van quedando atrás. Gregorio también, me parece. Octavio tuerce la mirada hacia la calle como tras las huellas de su destino. -Pero ahora que yo vine…podríamos… -Lo bien que hiciste en irte.-tuerce la cabeza- ¿no me digas que haz venido a quedarte? -No, pero…¿a dónde se van ustedes? Yo planeaba vender la chacra, que ahora es mía, para irme a la capital. No quiero seguir viviendo a donde estoy. -Ocurre que algunos no tenemos nada para vender. El tono daba para una despedida. -Esperá hay otras cosas que te quería decir. Allá lejos me di cuenta de cuanto me importan ustedes. Pareció sorprendido. -¿Cómo es eso? En ese momento entraron al bar, Gregorio y Alejo. Hubieron voces y ruidos y la luz aumentó la intensidad cuando los cuatro estuvieron sentados alrededor de la mesa en el inicio de historias que se volvieron a compartir, al menos con las palabras. Viajes en tren. Lugares y gentes nuevas. Bancos de plazas. Pocos amigos. -Maruja está en la capital?-Hace mucho que no voy-No ha escrito-Se supone. El paraíso de la vereda. Una herrería un poco más allá. El florero que se vuelca sobre el mantel. La música de la radio. -Tampoco teníamos noticias de vos. -Una vez le escribí a Octavio. Octavio sonríe. Alejo pide otra cerveza. A la hora adormecida de la calurosa siesta, varios gurises salen de sus casas. Corretean hasta una esquina. Hacen una rueda de susurros y parten por distintos caminos. Al rato uno camina, como buscando algo, entre los arbustos del costado de la vía. En otro lugar uno está trepado sobre un árbol, a cuyo pié otros tres esperan. Pasa un viejo con un balde, por el sendero que atraviesa el monte. Todos se esconden, pero el de arriba osa tirar una semilla que emboca en el balde para el rechino de las risas. A lo lejos pita un tren. El de arriba baja y todos desaparecen.  

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domingo, 21 de enero de 2007

4: ¿Cómo contártelo?

Porque ese día, tras el tabique de bolsa no había nadie. En la sala la mesa estaba cubierta de barajas y una silla se había caído contra la pared del fondo. No queda olor a humo –pensé- hoy no han estado. Volví a la calle y mientras caminaba sin rumbo traté de adivinar algún lugar donde pudieran estar. Acababa de llegar en el tren de la tarde y ni siquiera me había quitado esa ropa para ponerme las alpargatas y el paso tranquilo. –En lo de Agustín, podría ser. Era una tarde luminosa pero la arena de la calle estaba húmeda. Y eso, por alguna razón oscura, me recordó el último día antes de irme. Aquel profundo dolor. Aquella aspereza de vino y de tabaco en la lengua. Aquella tristeza… - Pero eso no es todo. Falta contarte lo de Gregorio y de cómo Maruja al fin no vino…¡Pero sería tan largo y enredado! Y mientras seguía caminando iba temiendo, aunque fuera absurdo, que durante mi ausencia, todos hubieran partido desde allí rumbo a lugares inencontrables. En trenes que se cruzan y se desvían y que apenas si se saludan con esos pitos lúgubres desde lejos… El muchacho siguió por la calle que derechamente atravesaba todo el pueblo. Continuó por el camino que salía hacia las chacras y con paso cansino llegó hasta la casa que había sido de sus parientes. Ahora estaba vacía y sola. Con su techo de chapas a dos aguas, su molino de viento, su pequeño galpón flanqueado de eucaliptos y más allá los pocos y apestados frutales. Al entrar a la casa va por la valija que había dejado sin abrir sobre la mesa del comedor. Sopla el polvo y va sacando la ropa. En las paredes siguen estando los pequeños cuadros y las fotos. Se alegra al ver la rueda de su vieja bicicleta asomada desde la puerta del dormitorio, pero no va a ella, se sienta en la mecedora de mimbre a mirar lo que se ve por la ventana. Recuerdos de tiempos anteriores. -A cada movimiento que veía en el camino –o creía ver- me imaginaba que de alguna manera se habían enterado de mi viaje y me venían a visitar, pero no. De aquel tiempo, sólo lejano para quien ha vivido poco, que como un envoltorio doloroso había seguido por detrás al tren en su partida. Porque el dolor había ido sobrevolando las lomas y vadeando los arroyos crecidos por la mucha agua que caía y que siguió cayendo en un vano intento de anegar y olvidar lo que quedaba atrás. -Yo no había avisado a nadie de mi viaje.

 Era madrugada y Maruja en camisón camina por el patio. Se la ve por la puerta abierta del verano, entre las sombras blancas de la noche. Camina sin pasos como flotando en el miedo de las estrellas. Allá afuera ella hace algo… -por momentos se sale de mi vista- vuelve, se agacha y en un giro se levanta. Puede ser que tenuemente tararee una canción que yo quisiera conocer. No sabe que el perro anda suelto de la cadena del aljibe. En el agua del aljibe se zambulle… Y hay ecos que vienen de los mundos subacuáticos. Alondra. Paloma Blanca. Sésamo de franela. En el calor de la medianoche las sábanas están hiriendo la piel del muchacho que despierto escucha las músicas de un baile lejano. Una música que hamaca la cama. Que se pierde y vuelve a empezar con los reflujos de la brisa. Un baile que se calienta entre los pastos cuando salen las parejas. Y se enfría en los metales del uniforme de los milicos que sólo calientan con aguardiente el aliento áspero hasta caer a los lados de la puerta. Hamacón del baile que bambolea las polleras anchas de las mujeres de grandes bocas que se ríen de labios rojos y dientes blancos y aros en las orejas que tintinean y ríen hasta que se pierden en la salida. 

 -Mirá, un buen día Gregorio decidió irse. Quedamos de encontrarnos en la ciudad, cuando yo fuera. Iba a estar todo bien… La calle Gimaraens… -Claro que la muerte de mis parientes había sido un poco antes y explicarlo ahora sería mucho más complicado. La rubia estaba sonriendo por la ventanilla hacia fuera. Era tal vez la sombra de aquellos paraísos de la derecha la que tentaba su imaginación ahora que el sol apoyaba el peso de su calor desde el cielo y la humedad del campo se iba elevando pesadamente hacia las nubes. No quise seguir dándome vueltas en la cama. Me levanté y salí con la bicicleta. Desde el portón, volví a ver la banda oscura del monte junto al arroyo, allá en el bajo. Más allá, tras la primera lomita la dubitativa luz de la chacra de Bermúdez y siguiendo esa dirección los varios grupitos de árboles –manchas apenas- que de alguna manera iban marcando el recorrido del camino. Por último la hilera horizontal de lucecitas de la avenida, allá entrando al pueblo, donde casi todos estarían durmiendo aunque unos pocos, como yo mismo quisieran encontrar en la noche aquello que les mantenía despiertos. Fui pedaleando por el camino pedregoso, tratando de ver lo que ya no recordaba, las curvas bruscas del sendero, los límites del puentecito. La mejor manera de enfrentar la subida después. Llegado al camino ancho de los paraísos ya todo se hacía plano. 

En algún lugar una tiza de color se desgrana bajo una suela.  

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miércoles, 17 de enero de 2007

3: Se insinúa un tema

La clase transcurre lenta en el bochorno de las moscas y la humedad. Llueve. Cosa que no disminuye el calor sino que lo hace pegajoso e impregnado más que nunca del olor de siempre. Tiza y sudor de niños.
El florerito de la maestra, sobre su escritorio, remoja dos flores, regalo de algún alumno. Ismael, mientras sigue delineando, lo mejor que puede, las letras en el bloc; mira desde atrás a Laura…

"Gregorio, ¿qué te voy a contar a vos que estuviste allí aquella noche?"

El tren se sacude sobre las nalgas moradas de la mujer de canela. Porque aquello doliente de su cara y de su boca, aquel perfume a clavo de olor… Las medias con puntos corridos de lástima. Los zapatos blanco y negro, deformados por el uso –esa coquetería imposible de siempre- mientras se recogía el mechón de pelos resbalado desde la frente y pegado en la mejilla con la transpiración o tal vez las lágrimas. El rojo carmesí de aquellos labios. Las manchas de la piel, machucados pétalos de rosa. Las inocentes rosas bordadas en su blusa de gasa…
Fue persistente el amargor de aquella noche, hasta más tarde, cuando todos en la casilla de Octavio siguieron con el vino y las barajas, y hasta ahora. Aunque se vea ahora proyectado sobre las rosadas carnes de esa rubia que repinta el esmalte de las uñas y de tanto en tanto mira distraída por la ventanilla hacia fuera.
Gregorio era el único que pudiera explicar aquello. Él la conocía desde los tiempos de Godoy, cuando andaban siempre juntos. Porque a Godoy mismo…no se le podría preguntar. –Bigotes diagonales a caballo sobre una boca agreste.

Colgaron los tacos y se fueron a conversar a la mesa. Yo estaba mirando desde un rincón con ganas de acercarme, pero…la actitud de los cuerpos me dijeron que el tema era sólo entre ellos.

A la noche la luna blanquea una casa, un patio y un aljibe.
Las begonias hacen sombra.
Hay pisadas de trapo por los lados.
Una sombra blanca hace señales que ya nadie entiende.
Se derrama canela y clavo de olor sobre los naranjos del fondo.
Dentro del aljibe hay ondas circulares en el agua, como si la luz de la luna rozara la superficie.
Lo negro de la noche se ha hecho con pétalos de rosas negras.
Lo blanco con jazmines carnosos.
Sobre las losas del patio cae coco rayado.

Para ser sincero, Gregorio, mastico aun aquella carne amarga. Esas flores bordadas en la blusa, dibujos primorosos de niños en sus cuadernos…y de pronto, lo amoratado de aquellas piernas gordas desparramadas abruptamente sobre la colcha sucia. Los pezones inmensos y aquella inconsciencia en los ojos y la boca, deformados por tanto vino o aflojados por la tristeza. Porque uno a uno, casi con desesperación, nos habíamos saciado de su carne, como caranchos hambrientos, mientras los otros seguían tras el tabique con las canciones y la guitarra.
Otra vez los vidrios del vagón son golpeados por la fuerza de la lluvia. El agua corre por ellos borrando toda referencia de lugares, volviendo al viaje mismo una especie de ocurrencia. Acaso una hipótesis probable. Acaso una mentira.



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domingo, 14 de enero de 2007

2: Dos pequeños acordes


-No mientas Laura, mirá que Dios de va a castigar.
Laura muerde la comisura de sus labios, hoy ha dicho muchas mentiras en la escuela. La engreída de Graciela se quedó muda cuando le contó lo de su hermano mayor. El mapa en la pared, otra vez mostraba los rosados y verdes desteñidos y el pizarrón, aquella letra irritante de la señorita Lucía. Lápices de colores. Un tintero volcado.
-Te juro que es verdad.
La mujer vuelve a su tarea, refunfuñando, luego de mirar a Laura de reojo. El gato contempla la escena sin intervenir, apenas si gradúa sus pupilas hendidas. La madre abre cajones en el armario, descuelga un cucharón y con él revuelve dentro de la olla. Laura mira cómo cae la lluvia sobre el patio.
Eran las tres de la tarde cuando se le acercó el negro Ismael con sus labios amoratados de morcilla. El dibujo estaba en un papel arrugado que levantó en el brillo de la losa de sus ojos. La maestra borraba la frase del pizarrón. El papel cayó al suelo junto a los zapatos de los niños. Pronunciar correctamente las palabras. M delante de P o B. ¡Eso es malapalabra! La puta que te parió Gracielita, yo sé cosas que vos ni te imaginás. Dice José que le des un beso. Saliva en sus labios cuando lee. Cabeza enrulada. José. La novia de José


-Amalia, vos sos una negra buena. ¿Y si traigo mis cosas para acá y te acompaño? No está bien que una mujer linda viva sola. Dios no lo quiere. Además que yo también ando muy solo.
-Ajá, ahora me salís con esa? ¡Salí de aquí, negro sinvergüenza! Yo ya tuve un marido y no quiero otro.

-¿Qué se hizo Papá Claudio, Amalia?
-Dios se lo ha llevado.

La noche cubre la casa de los negros como a todas las del pueblo. Un candil rasga la tela de la pequeña ventana. El santo, con cara de rico, sonríe desde la estampita. En una caja de zapatos Ismael guarda unos lápices desparejos y una goma. Ayer la maestra se ha enojado mucho con él, quiere hablar nuevamente con Amalia. ¡Pero la noche es tan negra! Ahí está Amalia, calentando ese tazón para que se acueste con el estómago lleno…Cuando estaba Papá Claudio… Ellos se lamen el pelo con fijador y tienen olor a leche agria. Papá Claudio sí que era fuerte. Amalia boba. ¡Las cosas que dice a veces! De noche no. Las paredes verdes resaltaban sus dientes de nácar en un gesto luminoso de Amalia más joven. Echa la cabeza para atrás, redondea los ojos. Hay una tensión justa a lo largo de su piel brillante. Los talones. Ese verde de las paredes está en sus piernas cuando ella parece querer bailar. Y el candil volvió su llama, encarnada y lastimosa, de un rosado hiriente. Aquella noche de las paredes verdes. Mucho más verdes que ahora.
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viernes, 12 de enero de 2007

1: INVITACIÓN

De la boca negra del perro nocturno, de aquella enorme boca del aullido negro surge el viento otra vez…Árboles oscuros bambolean sus hombros y chorrea el viento sobre el lomo redondo del horno, allá en el campo, donde las chapas de zinc chirriaban desclavadas y donde, más allá dormían oscuras las sandías bajo el manto de las hojas. Que tras las ventanas verdes del comedor, niños se aprestaban a dormir mientras los perros le siguieran ladrando al viento que barre el campo. Es que la noche ha vuelto hablando su lenguaje. Comienza a deshilvanar viejas palabras. Insiste, resopla. Y la libertad del aire tiene algo de sábanas colgadas sacudiéndose sonámbulas. Tiene acentos de mágicos vuelos azules cuando refluja. Pues a veces se retira la noche y se pone recóndita. Silenciosa, para volver a renacer desde su fondo, cada vez más ancha y poderosa. De pronto estaba allí, despertando quizá de un tiempo interrumpido, en ese extraño lugar…¡Si uno pudiera entender lo que dice la noche cuando habla! Tal vez está diciendo que allá al costado del horno, todavía está detenido aquel ser y que hay caminos y que hay tiempos por debajo de este, para llegar. Se sacudía el vagón a lo largo de la planicie y era noche también. Vamos llegando al pueblo. Sí, allí está ciertamente aquella gente y el aire tiene ese perfume…El callejón se abre ancho en la noche, iluminado apenas por nubes indefinidas por debajo de la luna. Hay árboles altos a los costados y alguien camina hacia aquí… ya casi se adivina la silueta.Cuando se acercaba supe adivinar una sonrisa. Yo había estado esperando. Porque era jueves y las nueve de la noche… Él viene. No se de donde, pero viene… surgiendo de la vuelta del camino, allá en la cuesta.. Hamaca los hombros. Transita el viento, tal vez con alegría. Viene de más allá del horizonte. Siempre ha sido así. Y sé como va a vibrar su voz. -¡Es muy insondable esto!- Sonríe. Los higos, los nísperos maduran bajo la noche. Músicos lejanos dejan oír sus flautas deshiladas. Desde alguna casa cercana se oyen trozos de diálogos jugosos. En un terreno baldío abulta una vaca oscuramente. Vamos caminando.-Puede ser el baile de la parte alta del pueblo.-Sí.Un interior de pieza amarillenta cruza la calle con gentes dobladas en distintas posiciones de baile.-Contame.-Eran tres y faltaba uno, sabés. Así que… Bueno, ella era una tipa petisa y gorda que se rascaba la pierna porque andaba con no se qué.Sonreía, iluminado por el farol de querosén, entre otros que comentaban. A cada momento salía alguien y entraba otro. La ventana abierta echaba bocanadas de intemperie y él precipitaba la situación rápidamente.¿Por qué cruzaríamos ahora aquel alambrado? Tal vez fuera nuestra intención llegar y aun cruzar las vías férreas…. Nos detuvimos junto al bulto de un gran árbol a armar y encender cigarros. Un mechón de pelos se le resbaló desde la frente. Con un giro de la mano lo recogió. Reía. Seguramente muchas ideas bullían en su cabeza y la noche se mostraba tan extensa y alta que nadie podía saber las vueltas que por ella era posible dar… Por eso quiero entrar por la boca negra de ese perro. Porque por el cielo andan los enormes pescados del tiempo enorme y esta noche andan viejas bailando entre los arbustos y se sienten talones de niños desnudos bajo los árboles del patio.La yesca prende la noche con su luz blanca. Las bayas maduras revientan su madurez y un milico de hojalata se ilumina en una esquina desierta. Maruja despliega el abanico de su pollera cuando gira y viene con su charla de cotorra. Se prenden las radios. Porque va a haber baile bajo las enramadas, mientras lluevan las glicinas y los zapatos se coman irremediablemente los escarpines blancos. Habrán corridas de embolsados por las veredas y las mujeres que tengan trenzas amasarán bizcochos sobre sus faldas. Tan, tan. Campanas de amanecer un día de fiesta. Cortan rebanadas de pan para untar con manteca mientras todo el pueblo concurre al festival…La noche se prendía desde la yesca blanca hasta el verde profundo que se iluminaba a cada chispa. Entre ellas, la oscuridad de bajo las copas, se extendía como una cortina vertiginosa que volvía todo a la noche. Un perro comenzó su largo aullido, que como una canoa, se fue deslizando tras el halo de la luna. El cielo entonces, de pura tristeza, derritió su bruma sobre los postes del teléfono y como si fuera o pudiera ser de talco, la luna asomó una límpida mejilla desde tras las nubes. El talco fue cayendo. Las casuchas del pueblo, con toda sencillez fueron prendiendo la fosforescencia de sus encalados y la luciérnagas sus farolitos en los baldíos.Porque era aquella manera de doblarse él sobre la yesca, y aquella manera de succionar lo que iba prendiendo la cal de la noche sobre el pueblo.Alguien por ahí templaba una guitarra mientras en los patios exhalaban los jazmines…Las cosas giraron una vuelta de ronda. Picaron, se aquietaron expectantes. Mediavuelta. Brazos en jarra.. Ahora muchachas derraman el agua de los cántaros en la esquina. Lunas derretidas por el piso. La casa de enfrente prende su ventana y un señor serio aparece por su puerta. Arriba la luna lleva tres estrellas de escolta. Abajo alguien dispone cáscaras de banana en el suelo y las salta hacia delante y atrás. Señoras con dientes de oro hacen semicírculos, chillan y ríen. Una ronda de borrachos arrastra tambaleante un canto obsceno. Pasa un milico y otro y otro más, tocando pito y corriendo azules con sus botones de lata por el medio de la calle…La yesca prende el borbotón de la llama, los leños crepitan humosos y las copas verdes se agitan mansamente en el momento en que levanta su cabeza con expresión triunfal.-Si vamos por el callejón del montecito podremos ver de qué se trata..El callejón era la espalda del pueblo, bajaba y se volvía arenoso al acercarse al monte. Era cruzado por un hilo de agua. Sobre el cerco de la última casa asomaban las ramas de un gran paraíso y hacia delante, solían detenerse las lechuzas a vigilar a quienes pasaban. …y en un rincón estaba ella, la gorda, sentada en un banquito. Godoy entró y trancó la puerta. –Venía con los bigotes encrespados.- Cuando Gregorio lo vio venir se escurrió por la ventana de la cocina… El ramaje del montecito se sacudió, tal vez anduviera por allí algún zorro de los que  venían al pueblo atraídos por el olor de los guisos…o los gallineros. Podría ser esa la casa en la que una vez estuve. Un montón enorme de lana para hacer un sólo colchón. El vaso de agua con flores pintadas. La niñita que entró temerosa, me miró y se fue. A la tarde el mantel de hule agrietado. La tasa de café con leche. La cartera de la escuela con el fondo descocido por donde asomaban los lápices. ¿Se trataría del mismo Arévalo? Sentados en el pasto de la vereda sentían las notas estiradas de la música sonando cerca, pero era un tiempo de remanso con el fuego de los cigarros encendidos en alternancia bajo las copas, mirando las luces amarillentas de las ventanitas, oliendo un resto de humedad, que tras el aguacero de la tarde, rezumada todavía de la tierra.De vez en cuando una brisa acariciaba las plantas de algún jardín olvidado por sus gentes que, dentro de las casas, conversaban al hálito de las lámparas. En los canteros de hortalizas se movían tiras de trapo a lo largo de piolas que remedaban banderines de barcos.Una mujer de magras carnes salió al patio a recoger algo. Tal vez astillas para el fuego. Por la puerta que ha dejado abierta se sienten voces. Son voces jóvenes.-…qué le vas a hacer. Todos se van. A la larga todos… En la oscura noche de invierno partía el tren con sus maderas húmedas. Los muchachos, apretados en los asientos, intentaban ver a través del agua que corría por los vidrios, afuera, la tierra que se mojaba resignada. Había entonces algo, que aunque no se viera, se elevaba por sobre el cielo lluvioso y nocturno del pueblo. Lo mismo que se expandía dentro de los pechos. Porque todo aquello que pudiera parecer tan soso…Por debajo de todo aquello…Ah, que hay otras maneras de caminar las calles y beber las luces de las esquinas desiertas. Los cercos de madreselva, contienen otra cosa que miedo. Hay oscuridades para que se acuesten parejas juveniles cuando se expande ese olor que llama: “Vení, aquí estoy, te espero.” Los niños ya se han dormido en la redondez de la luna. Ahora las puertas se abren y se cierran sigilosas. Un país arábigo camina con zapatos de género mientras ocurre algo en la calle. Un alma pasa con sus blancas sábanas que rozan la piel de los despiertos. A la medianoche suenan campanas. El cura se ha puesto camisón. La gente se acerca cuchicheando. Han abierto las puertas de la iglesia y hay luz en ella. La iglesia toda prendida y abierta en la medianoche y todos los santos. Parejas caminan lentamente por el estrecho sendero hacia el altar. Suenan las campanas en el día de la medianoche. Mujeres con diente de oro rezan maliciosas en el día de la medianoche mientras una gorda puta toca el órgano…¿Y vos, lo sabías? ¿Sabías que a la medianoche hay un día blanco que se prende sigiloso? Buenos días. Buenas noches.La luna se ha puesto amarilla y raspa el alma mientras alguien mata a alguien en una calle oscura. Un perro muerde, un niño grita….Otra vez ladran los perros. Porque la luna está herida en un costado y llueve sangre sobre los perros que se lamen. En un jardín huele un limonero en flor. Junto a él un niño se ha quedado jugando sin advertir que se ha terminado el día. De pronto se apagan las luces de la casa. Queda sólo iluminado por la lechosa luz de la luna entre medio de las hojas y las plantas… Pero la música repica ahora con renovado acento y la luna navega graciosa entre nube y nube. Las ventanas se prenden y apagan y las paredes del horno están cálidas pues cocina bizcochos para todos. Hay ritmos de cascos y suecos de madera. Los tenedores golpean los fondos de las ollas. Un, dos, tres. Un salto nos pone en marcha otra vez. El arregla su cinto y ríe. Lo negro de su pelo brilla. Tiene manos de ahorcar gallinas para cocinar en la olla grande. Patea piedras. Tiene ganas de saltar. Sus manos describen curvas infinitas en el aires, como machetes de acero cortando tajadas de cielo.¡ Jo jo, ja ja! Sus dientes blancos brillan eléctricos. Ha chupado la electricidad negra de la tierra y ahora la tiene entera entre sus miembros. Por eso brinca  y se aleja por las curvas del camino. (Esta es una historia continuada. Sería aconsejable leerla desde el post n. 1) Technorati Profile